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AUTOR: Ribeiro de Oliveira, Pedro
 
AGENDA LATINOAMERICANA AÑO: 2011

Religión: la Ambivalencia de sentido

Pedro A. Ribeiro de Oliveira


Con frecuencia, la historia presenta a la religión al servicio de los poderosos, pero también se la puede ver en muchas luchas de liberación. A veces, está en las dos partes del conflicto: una parte apoya a la metrópoli colonial, y la otra a los movimientos nacionales; en nombre del mismo Dios se bendice al capital y se apoya la lucha obrera; la misma Biblia legitima la dictadura y la resistencia popular a la misma... Veamos lo que la sociología puede decir de esto.

Religión como lenguaje

Por ser un conjunto de ritos y creencias, la religión es el lenguaje que posibilita la comunicación entre lo humano y lo sobrenatural. Como todo lenguaje, es, al mismo tiempo, un medio de comunicación y de pensamiento. El interés de la sociología por el estudio de la religión radica precisamente en el hecho de que es un sistema de pensamiento capaz de dar sentido a todo lo que existe o pueda existir. Para la religión, todo se inscribe en el misterioso orden cósmico que sólo ella es capaz de descifrar. Como dicen los enamorados, «nuestro amor estaba escrito en las estrellas». Descifrar el sentido de la existencia -«quién soy, de dónde vengo, a dónde voy»- es el campo propio del lenguaje religioso.

Para elaborar sus relatos de sentido, la religión recurre a categorías peculiares: sagrado y profano, material y espiritual, eterno y temporal, lo que es del cielo y lo que es de la tierra, bendición y maldición, y otras parejas semejantes. Son los fundamentos de los relatos que darán sentido a la experiencia vivida. La fuerza del relato plausible y convincente -o sea, aceptado como verdadero- está en su capacidad de guiar los comportamientos y definir el bien y el mal, la verdad y el error. Puede hacer que las personas den su vida en testimonio o, al contrario, maten a quien se oponga a su verdad. Pero -y ésta es su flaqueza- la religión sólo tiene fuerza en la medida en que sus relatos de sentido son acatados. De ahí la necesidad de reinventar esos relatos para responder a formas de existencia en constante cambio. Religión que se limita a repetir los antiguos relatos, pierde credibilidad, se vuelve incapaz de influir en las personas y acaba dejando el puesto a otra religión más adaptada al momento presente.

Pero el sentido de la existencia está lejos de ser una necesidad simplemente sicológica. Al preguntarse «¿quién soy, de dónde vengo, a dónde voy?» la persona no busca una respuesta sólo individual, sino un sentido para su existencia en cuanto parte de una sociedad. Y ahí radica la importancia sociológica de la religión: en la medida en que el relato de sentido se aplica a atributos determinados por la condición social -riqueza, poder, prestigio- esos atributos pasan a ser considerados como el resultado de un designio divino que debe ser aceptado con resignación. En ese sentido, la religión es una fuerza estructurante de la sociedad, pues, aplicada a las relaciones sociales, transforma el «así es» en «así debe ser» o en «así no puede ser».

En la medida en que los relatos religiosos se difunden entre los miembros de una sociedad, moldean su comportamiento por medio de hábitos adecuados al mantenimiento del orden establecido. Al hacerlo, la religión ejerce la función social y política de legitimar, por consagrarlas, las relaciones de poder entre grupos, géneros, clases o etnias. La historia de Nuestra América está llena de ejemplos de cómo la religión sirvió para mantener el orden establecido por los colonizadores: quien se opusiese a las instituciones y al orden vigente estaría contra la voluntad de Dios --interpretada por la jerarquía, claro-.

Trabajo religioso

Se engaña sin embargo quien ve sólo ese lado de la religión y no percibe que, como toda realidad histórica, tiene otro lado. La religión no es un reflejo automático, más o menos mistificado, de las estructuras sociales o de los intereses económicos de un grupo, como afirma el materialismo vulgar, sino el resultado de un trabajo religioso. Este concepto, elaborado por P. Bordieu en 1971, abre nuestros ojos a la complejidad de la religión bajo el punto de vista sociológico. Siempre que alguien, al realizar o expresar una creencia, atribuye un sentido sagrado a una cosa o un evento y eso se convierte en un ritual o una creencia de un grupo, por pequeño que sea, esa persona realiza un trabajo religioso. La religión debe ser entendida sociológicamente como el resultado de un trabajo religioso que se reproduce a lo largo del tiempo. Conviene notar que ello no niega la posibilidad de que el trabajo religioso -que es esencialmente humano- pueda ser fruto de una revelación o inspiración divina, pero ahí dejaríamos el campo de la sociología para entrar en el objeto de la fe. Jesús de Nazaret, por ejemplo, realizó un trabajo religioso al proclamar que el Reino de Dios ya estaba realizándose en la historia humana. Sus seguidores, al reproducir ese anuncio, también realizan un trabajo religioso. Otros profetas y sacerdotes, al enseñar otras doctrinas, también hacen un trabajo religioso. Y no corresponde a la sociología decir cuál de ellos resulta inspirado o cuál es el más verdadero.

Por ser un relato de sentido, fruto de un trabajo religioso, la religión está condicionada por el lugar social de su productor. No es lo mismo anunciar el Reino de Dios viviendo entre campesinos y artesanos de Galilea, o siendo sacerdote en el templo de Jerusalén... O, poniendo un ejemplo actual, dos religiosas de la misma congregación probablemente anunciarán el evangelio de modo bien diferente si una de ellas vive en un barrio pobre y la otra en un colegio que atiende a jóvenes de clases adineradas. Ese condicionamiento no puede ser visto como determinista, pero tampoco debe ser subestimado: todo trabajo religioso está condicionado por el medio social en el que se realiza.

La religión ante intereses en conflicto

En cualquier sociedad hay intereses en conflicto, porque no todo lo que es bueno para una de sus partes lo es para las otras. Por eso, un grupo, al volverse dominante, necesita convencer a los otros de que su interés coincide con el interés general: el colonizador se presenta como quien viene a civilizar a pueblos atrasados; el gran propietario dice que ofrece empleo a los desempleados; el hombre justifica su poder mostrándose protector de la mujer que él mismo fragiliza... La estrategia es hacer creer al lado dominado que el orden establecido es bueno también para él, de modo que no se rebele.

En esa estrategia, la religión puede ser muy útil al lado dominante. Al final, los ricos no se contentan con ser ricos; quieren sentirse merecedores de su riqueza. Quieren que la religión les confirme que son ricos porque Dios les bendijo, porque sus padres practicaron el bien, o porque fueron escogidos por Dios para gobernar al resto del mundo. Quieren también que la religión les diga a los pobres que van a ser recompensados por sus sufrimientos terrenos, siempre que no se rebelen. Quien hace este tipo de trabajo religioso y elabora un relato de sentido convincente, recibe todos los favores de los dominadores: prestigio, honores, grandes donativos y todo lo que necesite para una vida sin preocupaciones económicas.

En el lado dominado, es muy diferente, porque el interés del oprimido es ante todo liberarse. El relato religioso que le agrada es aquel que fundamenta su esperanza de liberación. Pero, ¿quién va a hacer este tipo de trabajo religioso? Al contrario que los dominadores, los dominados no tienen recursos económicos para hacer que alguien elabore ese relato de modo sistemático, profesional, con fundamentación erudita. En general, la parte dominada sólo puede contar con sus propios miembros o con personas que, aunque provenientes de los grupos dominantes, hacen opción por los pobres como una opción de clase social, es decir, se ponen a su servicio. Por eso, los relatos de sentido del lado dominado, en general, surgen en forma de autoproducción religiosa: personas sin formación teórica especializada pero de gran sensibilidad hacia la vida amenazada, tejen relatos de sentido verdaderamente revolucionarios, porque deslegitiman el orden establecido, desmitifican su sacralidad y descubren su hipocresía. Cuando estos relatos populares encuentran apoyo teórico de intelectuales que se convierten a la causa de los dominados, aumentan tanto su fuerza social que son capaces de cambiar las mismas estructuras sociales de dominación.

Ese potencial revolucionario del relato religioso elaborado a partir del lado socialmente dominado, causa temor a los dominantes, que hacen todo lo posible por silenciarlo. La folclorización de las religiones populares, el desprecio por las religiones indígenas y afro, así como la persecución a las teologías de la liberación y del diálogo religioso, son la cara religiosa de un conflicto social que en el fondo tiene intereses de clases en oposición.

Concluyendo, la sociología nos ayuda a percibir dónde reside el factor que coloca al relato de sentido de la religión en favor de quien domina o de quien busca liberación: es la posición social de quien realiza ese trabajo religioso. El mismo lenguaje que legitima la dominación puede legitimar la rebelión; todo depende de quién y dónde elabora el relato. Pero la sociología se abstiene de juzgar quién elabora el relato más verdadero, pues eso lo revela la práctica: «Por los frutos se conoce el árbol».

Pedro A. Ribeiro de Oliveira

Juiz de Fora MG, Brasil

 

 

 


 



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