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AUTOR: Céspedes, Geraldina
 
AGENDA LATINOAMERICANA AÑO: 2010

Por los caminos del ecofeminismo

Autor


Hay dos realidades de nuestros días que nos están urgiendo a un cambio de mentalidad en la manera de percibir y de vivir la relación con el cosmos y la relación entre hombres y mujeres: el deterioro del medioambiente y la violencia hacia las mujeres. Precisamente, con el objetivo de responder al desafío que estas dos magnas cuestiones nos presentan surge la corriente denominada ecofeminista, que analiza la conexión entre la crisis ecológica y la crisis del patriarcado, y que nos plantea que nuestro sueño de otro mundo posible ha de articular la lucha por la sostenibilidad medioambiental con la lucha por relaciones justas y equitativas entre hombres y mujeres.

El ecofeminismo intenta soltar a la vez dos pájaros de una misma jaula, al buscar sanar y liberar desde la escucha los dos gritos que hoy expresan con más fuerza el sufrimiento ecohumano: el grito de la tierra y el grito de las mujeres. Es una perspectiva que indica la relación existente entre dos de los movimientos más importantes de nuestra época: el movimiento feminista y el movimiento ecológico, que junto a otros movimientos están sacudiendo las referencias tradicionales en nuestra forma habitual de entender el mundo.

El ecofeminismo se opone a la apropiación patriarcal tanto de la naturaleza como de las mujeres -consideradas objetos de dominación para el crecimiento del capital- y al modelo dominante de desarrollo, basado en el crecimiento y el lucro y su estrategia de modernización, que ha tenido como resultado la destrucción de la diversidad biológica y cultural. Uno de los rasgos fundamentales del ecofeminismo es que percibe la interconexión entre todas las formas de opresión y violencia que afectan a las mujeres y a la naturaleza.

Así, quiere oponerse a la apropiación masculina de la agricultura y de la reproducción (fertilidad de la tierra y fecundidad de la mujer), que no es más que una consecuencia del desarrollismo occidental de tipo patriarcal y economicista. Dicha apropiación se manifiesta especialmente en dos efectos perniciosos para la naturaleza y para las mujeres: la sobreexplotación de la tierra y la mercantilización de la sexualidad femenina, cuya expresión más degradante lo constituye hoy día el tráfico de niñas y mujeres.

El actual modelo económico, basado en la obtención de un máximo beneficio, necesita del sistema patriarcal, es decir, necesita que unos dominemos sobre otros y otras para poder mantenerse. El ecofeminismo busca derrumbar esa mentalidad patriarcal que no sólo considera a las mujeres como ciudadanas de segunda categoría, sino que usa la naturaleza como objeto de dominación y lucro, sometiendo a ambas desde una visión jerárquica y sexista del mundo. Desde una mentalidad patriarcal, la tierra y las mujeres son reducidas a objetos, y a las dos hay que conquistarlas, someterlas y violarlas. No es casualidad que se use el mismo vocabulario machista para referirse a las mujeres y a la naturaleza.

El ecofeminismo analiza también la vinculación entre patriarcado, militarismo y destrucción del medio ambiente. Las guerras conllevan la destrucción de la naturaleza: seres humanos, cultivos, animales, contaminación del aire, del agua y de los suelos, etc. Muchos conflictos actuales, que frecuentemente sólo se consideran desde la perspectiva política o económica, tienen que ver con la crisis medioambiental y con la imposición de un paradigma patriarcal y androcéntrico que no ha hecho más que deshumanizar tanto al hombre como a la mujer.

Al analizar los distintos síntomas de la degradación medioambiental captamos su relación con el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres, percibiéndolo como un problema de injusticia en la relación Norte-Sur. El Norte no sólo consume sus propias materias primas, sino que consume más del 60% de los alimentos que produce el planeta, más de dos tercios de los metales y la madera que se extrae en todo el mundo, y quema el 70% de la energía. Este despilfarro de recursos y energías por parte de los países del Norte es insostenible (o sea, injusto) desde todos los puntos de vista (medioambiental, ético, religioso) y está produciendo consecuencias cada vez más nefastas para los pobres, vividas de una forma más brutal por las mujeres pobres, que son las que sufren más de cerca los efectos nefastos de un sistema que se sostiene sobre tres grandes fábricas: la fábrica de la violencia, la fábrica de basura y la fábrica de la miseria.

Éste es el contexto en que surge el ecofeminismo como una filosofía, una espiritualidad y una teología ligadas a las necesidades fundamentales de la vida, y a la subsistencia, una perspectiva muy cercana a las mujeres pobres del Sur, que son las más afectadas por el hambre y la desnutrición, el analfabetismo y la carencia de tierra. Son ellas las que tienen que vivir en lugares inseguros y viviendas indignas, en suelos minados, contaminados con tóxicos, expuestas a radiaciones nucleares. Son ellas quienes ocupan los lugares más amenazados del ecosistema y quienes viven en propia carne las amenazas que les impone el desequilibrio ecológico.

Las preocupaciones de la nueva conciencia ecológica y feminista se articulan en torno a tres ejes: 1) la sostenibilidad ecológica y social, basada en relaciones de sororidad/fraternidad para con la naturaleza y entre los seres humanos; 2) el respeto y la preservación de la diversidad biológica y cultural en medio de un sistema que busca la uniformidad y la destrucción de las diferencias; 3) la participación y la comunicación en las relaciones sociales y en las formas de gobierno, inspiradas en la democracia como valor a vivir en todos los niveles de nuestra vida (familia, relaciones entre hombres y mujeres, escuela, sindicato, iglesias, religiones, movimientos de base, organizaciones, Estado, etc.). Así, pues cuando hablamos de ecofeminismo nos estamos refiriendo a una nueva visión del mundo, del cosmos y de toda la realidad que nos desafía a buscar formas organizativas en las que se dé una democracia inclusiva en la que todos y todas quepamos, incluyendo a la naturaleza.

El crecimiento de la conciencia ecofeminista es uno de los signos de la presencia del Espíritu en nuestro mundo. Se trata de una perspectiva capaz de mantener en alerta a la vez al movimiento ecológico y al movimiento feminista, pues nos hace ver que el análisis de la crisis ecológica no toca el corazón de la cuestión hasta que no vea la conexión entre la explotación de la tierra y la definición y el tratamiento sexista hacia las mujeres, pero también nos hace ver que la teoría y la práctica feminista tienen que incluir una perspectiva ecológica y las soluciones a los problemas medioambientales. El ecofeminismo logra este propósito al poner un fuerte énfasis en la relacionalidad y la interdependencia entre todos los seres, como principio absolutamente fundamental para el mantenimiento de la vida. Al colocar la relacionalidad como principio fundante de nuestra vida, somos capaces de superar las jerarquizaciones y separaciones que establecimos entre la naturaleza y los seres humanos, y nos encaminamos a superar el complejo de superioridad de los humanos frente al resto de los seres y el de superioridad de los hombres frente a las mujeres, de los blancos frente a los negros, de los ladinos frente a los indígenas, etc. Al percibir la articulación entre las opresiones de clase, sexo y raza, y al asumir que la lucha por la liberación ha de abarcar todos los niveles, el ecofeminismo es una postura político-crítica relacionada con la lucha antirracista, antisexista, antielitista y antimilitarista. Los principios del ecofeminismo cuestionan no sólo la organización jerárquica del mundo, las organizaciones y a las iglesias, sino también a las filosofías, las antropologías y las teologías que fundamentan esa estructuración.

Otro elemento clave del ecofeminismo es la afirmación de la sacralidad del cuerpo humano y del cuerpo cósmico. La resacralización podría ser el fundamento de una relación no dominante hacia la naturaleza. Todos los humanos y todo lo que existe constituimos un único y sagrado cuerpo que sólo puede sobrevivir en el equilibrio y la articulación de sus diferencias. Formamos parte de la historia del universo y estamos ligadas/os a sus procesos de evolución.

Necesitamos una nueva espiritualidad que nos ayude a superar la postura depredadora, para situarnos en una actitud más valorativa y respetuosa del misterio de la creación. Se trata de buscar no sólo la viabilidad de unos, sino de todas y todos; no sólo de los seres humanos, sino de buscar que también sea preservada la evolución de todos los procesos vitales, y de procurar que no se interrumpa el flujo de la vida, y que vivamos desde una actitud de humildad, conscientes de que, como decía el jefe indio de Seattle, el ser humano no tejió el tejido de la vida, sino que él es simplemente uno de sus hilos.

El ecofeminismo es un paradigma holístico e incluyente que sueña con reorientar todas las relaciones injustas de la sociedad. Es una invitación a repensar qué significa ser hombre y ser mujer, qué significa habitar en esta casa común y garantizar una vida buena (y no una «buena vida») en la línea de lo que Jesús nos dice: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).

 

Geraldina CÉSPEDES

 El Limón, Guatemala

 

 


 



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