Paraguay:
Entre el continuismo y el cambio
Dionisio Gauto
Algo nuevo está naciendo en este paÃs. Un brote que está creciendo y
esperamos que dé frutos. Se trata por un lado del despertar de las bases.
La gente que va tomando conciencia de su situación no merecida. Que va
descubriendo sus verdaderos intereses y las causas reales de su pobreza y
marginación, que no son sino la mala polÃtica y el mal gobierno. El mismo
partido en el poder, desde hace 60 años, no ha traÃdo al paÃs más que
atraso y sufrimientos. Pero éste es el momento en que los sectores
populares se dan cuenta de que su pobreza no es fruto de la fatalidad o de
la voluntad divina, sino que se debe a la corrupción pública, a la mala
distribución de los ingresos del paÃs, es decir, a la falta de justicia
social. De ahà la desfanatización y la pérdida de la sumisión
incondicional a los caudillos tradicionales. Se está dando ese «cansancio
de los buenos», o como dicen algunos campesinos: «nuestras necesidades nos
despiertan». El paÃs se halla por tanto, ante un gran desafÃo y una gran
oportunidad de lograr la alternancia en el poder en las elecciones del 20
de abril de 2008, como primer paso en el proceso hacia el cambio para
erradicar los males crónicos que agobian a la población. Este proceso lo
está liderando un obispo retirado, algo inédito por estas latitudes.
Pero antes de hablar de él y su proyecto, conviene señalar que este
paÃs de seis millones de habitantes nunca conoció la democracia. Se suele
mencionar los seis meses de «primavera democrática» de 1946, que terminó
en una sangrienta guerra civil en el 47 y desde entonces se halla en el
poder el partido colorado. El militarismo se instaló en el paÃs después de
la guerra con Bolivia (1932-1935), con sucesivos golpes de estado y
gobiernos inestables, hasta llegar a 1954, año en que con otro golpe
militar, Alfredo Stroessner se adueñó del poder y se mantuvo en él durante
35 años, usando como plataforma al partido colorado. Esa larga dictadura,
que se mantuvo mediante la violencia y la mentira, no permitió el
desarrollo de la sociedad civil. Treinta y cinco años con estado de sitio,
leyes liberticidas, miles de presos polÃticos, torturados, desaparecidos y
exiliados... ha dejado una herencia difÃcil de superar: la corrupción, la
impunidad y una polÃtica prebendaria y clientelista, entre otros males.
En 1989, con la ida de Stroessner, han quedado sus tentáculos con el
mismo partido salido de las entrañas de esa dictadura. Si bien se ha
conquistado un espacio para las libertades públicas, en estos diez y nueve
años de interminable «transición hacia la democracia», ha empeorado la
situación socio-económica, pese a los abundantes recursos naturales
disponibles, como tierra, agua y energÃa eléctrica. Se sabe que la
democracia no se puede concebir sin un pueblo –consciente, responsable,
organizado, que usa su propia cabeza y conoce sus derechos e intereses–
pero la dictadura nos ha legado más bien una masa, sin movimiento propio,
movida desde afuera, y que responde a los intereses de sus jefes
partidarios. La destrucción del tejido social de la nación durante la
dictadura, con la represión de toda organización autónoma, ha privado a la
sociedad de tener conciencia crÃtica y de contar con canales de
participación en las instancias donde se tratan y deciden sus intereses de
personas, familias y grupos sociales.
La falta de cultura cÃvica y la pasividad para la participación
ciudadana caracterizan hasta hoy a la mayorÃa de nuestra gente, debido al
miedo no superado y también al bipartidismo muy fuerte: el colorado en el
poder, usufructuando todos los recursos del Estado y manteniéndose con el
voto del funcionariado público, y el partido liberal, más bien satisfecho
con ser el partido opositor mayoritario.
Un intento por romper este bipartidismo fue la creación y participación
del Partido Encuentro Nacional (PEN) en las elecciones de 1998 y del
Partido Patria Querida (PPQ) en el 2003. Pero sus votos no alcanzan para
desalojar del poder al partido colorado. Hoy se tiene claro que ningún
partido opositor solo tiene la capacidad para ganar las elecciones al
partido-estado que por tanto tiempo se ha adueñado del paÃs. De ahÃ, y
teniendo en cuenta las experiencias exitosas de algunos paÃses vecinos,
como Uruguay y Chile, ha surgido la idea de un frente amplio o alianza de
la oposición. Aquà entra en escena el obispo emérito de la diócesis de San
Pedro, Fernando Lugo, quien propone una concertación social desde las
bases y movimientos sociales, y una concertación polÃtica incluyente. Una
concertación que no sea prioritariamente electoralismo –distribución de
los cargos electivos entre los dirigentes– sino un acuerdo a partir del
paÃs que se quiere construir.
Fernando Lugo rigió por más de diez años la diócesis más pobre del
paÃs. Por su compromiso con los campesinos pobres fue acusado de alentar
las ocupaciones de tierra y de tener relación con delincuentes, en un
contexto de criminalización de las luchas sociales. Presionado por el ala
conservadora de la Iglesia, según vox populi, tuvo que renunciar a
su diócesis, contando solamente con 55 años de edad. Posteriormente, ya
desligado de sus obligaciones pastorales, en el 2006 encabezó un
movimiento de «Resistencia Ciudadana», contra violaciones de la
Constitución Nacional por parte de la Corte Suprema de Justicia, y logró
reunir unas 40 mil personas en una manifestación pública. A partir de ese
momento, se volvió notorio su poder de convocatoria y su carisma para unir
a las fuerzas sociales y polÃticas de la oposición en una unidad nacional
con miras a las elecciones nacionales de 2008.
Tras muchas presiones para que tomara esa decisión, creándose incluso
nuevos movimientos polÃticos a su favor y la presentación de un pedido
firmado por más de cien mil personas, tuvo que renunciar al ejercicio de
su ministerio episcopal y lanzarse a la arena polÃtica.
La exigencia de su conciencia –según su comunicación a la Santa Sede–
es la que lo llevó a dar este paso, inédito en la Iglesia Católica.
El artÃculo 235 de la actual Constitución Nacional establece la
inhabilidad para candidatarse a Presidente de la República a «los
ministros de cualquier religión o culto». De ahà la necesidad de que Lugo
dejara de ser ministro religioso, renunciando para ello públicamente a
«los derechos, deberes y privilegios del estado clerical», comunicando
luego por escrito esta «decisión personal, libre, unilateral» al Vaticano.
Para la opinión pública aclara que deja el ministerio, aún cuando
permanece el sacramento recibido, el orden sagrado, lo cual ya es
una cuestión teológica, que compete a la Iglesia y no al Estado paraguayo,
un Estado laico que se rige por su propio ordenamiento jurÃdico, del que
no forma parte el derecho canónico. Con estos pasos que ha dado, según
connotados constitucionalistas, Lugo ya se encuentra plenamente habilitado
para ser candidato a la Presidencia de la República, pese a que los
colorados siguen invocando el impedimento constitucional.
Para llegar a las elecciones del 20 de abril de 2008, Lugo tendrá que
superar todavÃa dos barreras. La primera, la posibilidad de que la Corte
Suprema declare inconstitucional su candidatura. El partido del gobierno
recurrirá a esta instancia judicial, alegando que Lugo sigue siendo
ministro religioso y como argumento anuncia que pedirá un informe al
Vaticano. De seguro que la diplomacia vaticana responderá según el deseo
del gobierno, aunque su respuesta no puede ser vinculante para la justicia
de nuestro paÃs. El grupo empotrado en el poder recurrirá a todos los
medios lÃcitos e ilÃcitos, incluso violentos, para no caer de su pedestal,
lo cual serÃa como el fin del mundo para estos privilegiados, por el
peligro de tener que rendir cuenta de sus bienes mal habidos. La segunda
dificultad o desafÃo es lograr la concertación nacional, la unidad de
todas las fuerzas democráticas. Para los polÃticos tradicionales la
polÃtica siempre ha sido electoralismo, es decir, confección de listas
para los cargos electivos. Se trata entonces de una concertación en
construcción, que puede lograr su objetivo si prima el interés nacional
sobre el particular o partidario.
En nuestro idioma guaranà –que maneja el 95% de la población– la
palabra arandú significa sabidurÃa, y etimológicamente equivale a
percibir los signos de los tiempos. Es lo que está ocurriendo en las
organizaciones de base con esa motivación de participar e involucrarse en
el cambio para poner la polÃtica al servicio del bien común. Si los
poderosos llegaran a frustrar esta esperanza del pueblo mediante el fraude
electoral o la injusticia de la Justicia, es posible que los excluidos
recurran a la violencia, lo cual ojalá no suceda.
Dionisio Gauto
Asunción, Paraguay
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